La leyenda de La Cegua

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G98
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La leyenda de La Cegua

Mensaje por G98 »

Este escrito trata sobre la cegua (una leyenda popular nicaragüense), está basada en una recopilación histórica-cultural hecha por mí. Es después de todo una adaptación. [favor de leer y calificar, opinar]

Personajes: JUAN y MANUEL

Al calor de una brillante aunque muy rústica lámpara, dos hombres solos conversan sentados en una hamaca que sostienen los horcones de una casita de paja. (Casita que allá en el tiempo, lector, de esta historia exacta, estaba, según contóme mi abuela..., estaba situada en la división que hay entre León y Subtiava.) Bien: pues los dos personajes que charlában en voz baja, entablan aqueste diálogo con voz un poco más alta:

JUAN: Bien; ¿y cuando la miraste?

MANUEL: Ayer en la madrugada

JUAN: Dime: ¿y no te propusiste cogerla?

MANUEL: Pues, hombre, vaya que tú tienes ocurrencias que de reírse dan ganas.

JUAN: Pero yo creo, Manuel, que llevarías tus armas.

MANUEL: Dices bien, hombre Juanillo. Yo una pistola llevaba y un machete tan templado que partía cuatro tablas. Mas cuando vi la figura y escuché la carcajada, no hice más, amigo mío, que ofrecer a Dios mi alma, y...

JUAN: Eres cobarde, Manuel... Sin embargo, escucha.

MANUEL: Habla.

JUAN: Sabe que tengo un secreto contra ceguas y fantasmas.

MANUEL: ¿Y cuál es?

JUAN: Escucha, amigo: es un poco de mostaza que me bendijo ayer el buen cura de Subtiava. Bien; la mostaza bendita se riega por donde pasa la cegua; al pasar, pues, ella, a recogerla se para; y como es grano por grano, se está hasta que viene el alba, recogiendo y recogiendo los granos de la mostaza.

MANUEL: Es un secreto excelente, y podemos agarrarla.

JUAN: Y con la ayuda también del señor Pablo Villalta.

MANUEL: ¿Y vendrá don Pablo ahora?

JUAN: Ya son las diez y no tarda: quedó a esa hora en venir, y cumplirá su palabra.

MANUEL: Pues es mejor que vayamos nosotros a su morada, para evitarle el trabajo de caminar cuatro cuadras.

JUAN: Está bien; ¿quieres un trago de "cususa"?

MANUEL: Muchas gracias; si tú me haces el favor, lo agradecerá mi alma.

JUAN: Pues toma; y te vas ahora para la casa de Braulia y le dices que te dé la botella de mostaza. Yo me voy donde don Pablo; pero ponte presto en marcha, que nos hallarás, seguro, en la esquina de la plaza.

MANUEL: Bien: pues hasta luego.

JUAN: ¡Adiós!
¿las diez y media?... Aún falta.

Y tomando su sombrero, al decir tales palabras, puso un candado a la puerta de madera de la casa, y tomando calle arriba se perdió, anda que anda.

Allá en el año cuarenta y cuatro, cuando la guerra de Malespín, fue por el tiempo que hubo de verse la escena esa que describí.

En aquel tiempo, el alumbrado (aunque me pese, siendo de León), lector, estaba tan olvidado, que había calles sin un farol.

Y en las que había, lector querido, era tan triste su claridad, que raro era que allí de noche saliera alguno por pasear.

Sólo se oía de ves en cuando de algún sereno la seca voz; de las lechuzas los recios gritos, o de los vientos la confusión.

Y en ese año cuarenta y cuatro, cuando la guerra de Malespín, un día viernes, dice la historia, hubo de verse con gran alarma lo que ahora les empiezo a describir:

Entre las confusas nieblas de la calle Nacional van caminando tres hombres con un paso funeral. Hablan muy bajo entre ellos, pero no dejan de andar: la recelosa mirada a veces vuelven atrás, y en sus rostros se adivina una terrible ansiedad. Tomaron la calle arriba; mas a una esquina al llegar se detuvieron los tres, y dijo uno:

- Va a sonar la hora en que dicen se ha visto, y nada... Escúchame, Juan: tú te quedas a esperarnos en este mismo lugar, mientras nosotros iremos a buscarla, ¿oyes?

- ¡Ya, Ya! Déjame lo necesario y aquí les voy a esperar.

Le dio un revólver Manuel, que no era otro aquel, a Juan. Sentóse él en unas gradas y presto los vio marchar. Pasó como un cuarto de hora; Juan comenzó a bostezar, y cuando pasó otro cuarto, encontró dormido a Juan.

Chirridos infernales, y voces, y maullidos, y horrendas carcajadas se oyeron resonar; y al rato se escucharon unos silbidos, los cuales despertaron súbitamente a Juan.

Tomó el revólver presto, con mano temblorosa, y redobló su miedo cuando a ninguno vio; y el eco moribundo de voz triste y llorosa, de sus oídos muy cerca se escuchó.

Mas pronto allá a lo lejos, a pálidos reflejos de vacilante luz, sus ojos contemplaron... un fúnebre ataúd.

Y oyó mil bufidos y lúgubres ecos, y oyó golpes secos en gran confusión; y un horrendo fantasma junto a él se paraba, y se extraviaba su oscura razón.

¿Quién eres -le dijo- fantasma horroroso?

Y una risa estridente la respuesta fue. Entonces se sintió sin fuerzas ni aliento, y en vértigo horrible cayó recostado, y quedó tendido junto a la pared.

Al rato se oyeron pasos, y más y más se acercaban, hasta que por fin llegaron donde Juan tendido estaba, dos personas: Manolillo y don Pablo de Villalta.

- Juan -dijo Manuel-, ¡Juanito!,  ¡por vida de Dios, levanta!... Y Juan abriendo los ojos, sólo dijo:

- ¡Denme agua!

- Pero Juan -dijo don Pablo-, ¿qué te ha sucedido, ¡por Dios!... que todavía temblando está tu mano, y helada?

- ¡Ay!... -replicó-, ¿que no oyeron ustedes las carcajadas, y los silbidos, y los...?

- ¡Calla! -dijo Manuel-, calla; que allí nos hemos estado en esa vecina casa viendo todas tus figuras y aspavientos! ¡calla! Este chasco es, caro amigo..., para probarte que es nada tu miedo; y que es tradición errónea y falsa lo que nos han transmitido sobre la tal Cegua.

Lector mío, si en León, en un hotel o posada con el criado o con la criada entablás conversación (te lo aseguro por cierto) que de lo primero que te hablan, si con vos charla entablan es de aparecido o muerto.

Y a la redonda una milla (no es preciso medirla), al primero que le pidás que cuente algo de la cegua, te dirá que es un monstruo horrendo; que al mortal anda espantando; que en lugar de andar va volando, mil silbidos repitiendo.

Después que les dí esta tregua para que piensen en calma, creo lectores de mi alma, que ya conocen a la cegua.

¿Ves a esa vecina fea con sus vestidos y su ropa que parcece ¡voto a mil! su cara la de una bruja?... ¿Caracol fuera de concha, y que hace pasar un mal rato por su hija al pobre marido?... Pues esa lector querido, es de la cegua el retrato.

¿Ves a don Antón? Pues bien: siempre anda vistiendo luto, padeciendo en secreto. ¿amigo de fray Andén, rezador de lo divino, y que pasa días en el templo hincado? Pues ése lector amado es la cegua en masculino.

En fin: en todo mortal, algo de cegua se encuentra: en el que se va, y el que entra a este mundo. De todo ser terrenal, aún del que les parezca el más grato, esperen siempre un mal rato; que hallará fotografiado en uno o en otro lado de la Cegua el fiel retrato.

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Freddynic159
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Re:La leyenda de La Cegua

Mensaje por Freddynic159 »

Me leido todo el escrito de inicio a fin & me ha parecido sencillamente perfecto! :D

te felicito compañero G98 por haberte tomado el tiempo para hacer este escrito que a nosotros los Nicaragüenses tanto nos gusta escuchar este tipo de leyendas, mitos & creencias que existen en nuestro país! :)

Saludos & ojala hagas más escritos como este! ;)
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G98
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Re:La leyenda de La Cegua

Mensaje por G98 »

Bueno, gracias :D
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